Refugees Welcome
El fallecimiento de su padre. Esa fue la chispa definitiva que, en 2016, acabó de empujar a Hamed a tomar la decisión de abandonar el país en el que había nacido, Costa de Marfil. Tan solo era un crío. Y tenía tan poco que le bastaba con menos: ilusionarse con algo abstracto, desconocido. Ese futuro mejor del que todos hablan en África, pero que solo una minoría logra corroborar que existe. Esperanzado, en cualquier caso, se lanzó a la aventura -si es que puede llamarse aventura a la odisea que emprende un muchacho imberbe acorralado por las circunstancias- y se cruzó medio continente para alcanzar Marruecos. Durante los 12 meses siguientes haría lo posible para sobrevivir en las calles de Casablanca. Hasta que el imán de una mezquita lo acogió y le pagó un viaje en patera con destino a Canarias.
El trayecto por mar fue un desastre. Como todos. La tragedia asomó en numerosas ocasiones entre las corrientes que arrastraban la balsa, y a punto estuvo de llevársela entera por delante. Durante el viaje, que duró tres días, murieron varios tripulantes. Pero no todos. Cuando plantó sus pies en las islas, Hamed fue trasladado al interior de la península.
La primera vez que vio Murcia debía tener 15 años. Lo internaron en un centro de menores, en el que debería permanecer hasta que fuera mayor de edad; luego tendría que pedir ayuda a Cáritas para alojarse en una casa compartida.
Durante su estancia en el centro, se le asignó un tutor. A él sería el primero al que le confesaría su amor por el balón. Le buscaron un equipo por la zona que estuviera dispuesto a hacerle un hueco. Y así aparecería el CAP Ciudad de Murcia. “No sabía lo que era estar en un equipo, la disciplina en un vestuario, la táctica… Pero era un enamorado del fútbol. Como no tenía papeles, no podíamos hacerle la ficha, pero él quería saber si al menos existía la posibilidad de poder entrenar con nosotros”, nos explica José Francisco Navarro, presidente de la entidad rojinegra, un club de accionariado popular que se refundó hace siete temporadas. Con la campaña 2015-2016 llegando a su ecuador, las puertas se abrieron para Hamed. Aunque la idea inicial era que se uniera a las sesiones del juvenil, pronto quedó claro que tenía nivel para el primer equipo. Lo ascendieron. Y así estuvo durante semanas, semanas y más semanas, entrenando con los mayores, esperando a cumplir los 18 para poder desencallar su situación legal y federativa.
Pepe Rabadán, hoy director deportivo del Ciudad de Murcia, era el capitán del conjunto por aquel entonces (colgó las botas al final de la pasada temporada) y, desde un primer momento, se sintió con la responsabilidad de integrar a Hamed en el grupo: “Prácticamente no hablaba español, y aparte era y es un chico muy retraído y tímido”. “Por mi papel en el equipo, al ver su fragilidad, me acerqué a él, y tuve la suerte de descubrir a un tío fantástico, cariñoso, educado, con ganas de trabajar”, apostilla el propio Rabadán desde el otro lado del teléfono. Al principio, nadie en la plantilla conocía su pasado. El chaval apenas se comunicaba. Pero poco a poco, con el dominio del idioma, fue abriéndose. Y su historia salió a la luz.
A partir de ese momento, Rabadán, conmovido por la dureza del relato vital de Hamed, se conviertió en una especie de padrino para el joven, no solo en términos futbolísticos, sino también fuera del campo. Se lo llevó a casa por Navidades, lo presentó a sus hijos pequeños, le compró ropa. “En Cáritas le dan algo, pero no es suficiente. Y si en invierno, por ejemplo, puede necesitar un poco más de abrigo, pues le ayudo”, razona el ahora exjugador. También fue él principalmente quien gestionó todo el papeleo para inscribir al chico en la competición cuando este ya tuvo la edad requerida. El follón burocrático fue de aúpa: cartas a la Comunidad Autónoma, al centro de menores, a la Federación… Pero mereció la pena. El año pasado Hamed pudo debutar en Tercera con el club murciano. Y esta temporada, pese al descenso a Preferente, el entrenador ya sabe que podrá contar con él para lo que haga falta. A Rabadán se le nota orgulloso: “Dice que soy como su padre blanco, pero lo que yo hago no tiene ningún mérito, porque es una persona que se lo merece absolutamente todo. Además, no estoy solo. Los compañeros del equipo también se vuelcan con él”.
Instalado de nuevo en una ciudad, asentado en una plantilla que lo arropa, rodeado de compañías generosas. La vida le daba un respiro a Hamed, que incluso aprovechó para apuntarse a un programa de estudios y sacarse un módulo de cocina.